Avaricia by Mario Escobar

Avaricia by Mario Escobar

autor:Mario Escobar [Escobar, Mario]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2024-01-31T00:00:00+00:00


18. Mercadona

Susana al final quedó con la secretaria en un bar muy cerca del Mercadona. Ahora que había vuelto a la pobreza era su tienda favorita. Ya no tenía una filipina que le hiciera la compra, pero no echaba de menos ninguna de esas cosas. Se había dado cuenta de lo superficiales que habían sido sus relaciones y lo centradas que estaban en las cosas materiales. Tampoco se había vuelto a pasar por la cofradía, pero no era por vergüenza ni porque su fe se hubiera visto afectada. Lo que le había sorprendido era la indiferencia e incluso el desprecio de muchos, lo que le demostraba su poco celo cristiano.

Se paró frente al bar, era uno de los que preparaban los mejores gin-tonic de la ciudad, pero también un lugar bastante discreto.

Ana Muños era una mujer de algo más de sesenta años, pelo rubio, entrada en carnes y sonrisa perpetua. Al verla le dio un abrazo largo y dos besos.

—Me has alegrado el día, qué digo, la semana. No sabía nada de ti desde hace una eternidad.

—Pues hoy nos ponemos al día.

—Eso, reina.

Entraron en el local y escogieron una mesa en el fondo, lejos del bullicio de la barra. Los malagueños eran gente muy alegre pero muy ruidosa.

—Bueno, ¿cómo te va? Me enteré de lo de tu esposo. Lo siento mucho.

—Eso es agua pasada —comentó sin mucha sinceridad. En el fondo seguía echándole de menos y sus hijos necesitaban un padre, aunque se había comportado como un verdadero capullo.

—Pues te cuento, estaba representando al juez Martín, pero ya sabes que…

—… lo han asesinado. Tremendo, en España antes no pasaban esas cosas.

—Ni que lo digas, Ana.

—El juez Martín era muy eficiente, ambicioso, con afán de protagonismo, capaz de cualquier cosa para medrar, de hecho, estaba nominado para ser un miembro del Tribunal Supremo, aunque con la denuncia todo se fue al traste. Antes de la caída viene la soberbia, dicen.

El camarero les dio las bebidas y les puso unos panchitos.

—¡Creo que esto se me va a subir a la cabeza!

—Pues que sea lo que Dios quiera —dijo Susana mientras brindaban.

—¿Sabes cómo ha sucedido todo? ¿Quién denunció a Martín?

—Fue anónima, pero se comprobó todo y las pruebas parecían claras, se le detuvo sin derecho a fianza. Se temía que escapara del país, pero creo que el juez Ramírez se extralimitó, quería buscarle las cosquillas por querellas del pasado.

—Cuenta.

La mujer se aproximó a Susana, como si no quisiera que nadie más las escuchara.

—Ramírez llevaba años de juez en Linares, un destino de mierda, pero le habían prometido la plaza de Sevilla, Martín se le adelantó, se la dieron a él, eso que tenía menos méritos. Algunos dijeron que por intermediación del ministro. Martín siempre tuvo buenos contactos en Madrid y en todos los partidos.

—Ya.

—Desde entonces se la tenía jurada, su oportunidad fue cuando llegó la denuncia.

—¿Podrías enviarme todos los papeles?

—Claro, Susana, ya no sirven para nada.

—¿Ese era su único enemigo?

La mujer negó con la cabeza mientras comía los panchitos y se chupaba los dedos salados.



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